Esta
es la enfermedad contagiosa del siglo 21 a nivel global. Nada sucede en
este mundo por casualidad.
La
espiritualidad es una base importante para sobrellevar esta situación. El
coronavirus nos ha cambiado la vida en tan poco tiempo a millones de personas
en el mundo. Aquí no hay preferencias de raza, sexo, condición social,
religiones; toda la humanidad está viviendo esta experiencia: contagiados y no
contagiados, a todos nos ha tocado vivir el encierro forzoso y en el buen
sentido de la expresión, ha sido un tiempo de la unión familiar, la humildad
nos ha acompañado, como la oración también han sido lazos fuertes que hemos
compartido con nuestros más allegados.
Esta
crisis del Coronavirus es una oportunidad para acercarnos más a la familia y
amigos, así sea en muchos casos de manera virtual. En esta posición reconocemos
que en la humildad vemos el rostro de Dios. Muchos de los que aseguraban no
creer en un Ser Superior, Sobrenatural y Poderoso ahora creen en Él, valoramos
más la vida, valoramos a nuestros seres queridos, vemos lo esencial en lo que
no era importante, nos sumergimos más en nuestra conciencia.
La
crisis lleva a la humanidad a su máxima productividad; sin una crisis social
intensa a manera global ni siquiera uno de los tantos héroes de nuestra
historia como lo fue la madre Teresa de Calcuta se habría convertido en una
auténtica triunfadora de los derechos humanos. La crisis ayuda al ser humano a
comunicarse con una potencial espiritualidad, a encontrar la "PAZ DE DIOS
QUE SOBREPASA TODO ENTENDIMIENTO" (Filipenses 4:7). La espiritualidad
llega a través del silencio, la meditación, la lectura bíblica o libros (de
crecimiento espiritual) y la oración.
La
crisis también produce una proliferación de actos solidarios entre los seres
humanos, para poder llegar a ser un buen instrumento de servicio para los
demás, se debe empezar a ser un excelente servidor de sí mismo. No se debe
confundir la prudencia con el miedo: la prudencia es espiritual, el miedo es
emocional. Las personas que están al servicio de los demás
gubernamentalmente, o sea lo que se trate de trabajo también, la prudencia ante
la crisis lleva a cumplir estrictamente las directrices de las autoridades
competentes que la gestionan y esta prudencia es origen de tranquilidad y
siempre une. Mientras que el miedo imposibilita, desune y en nada
contribuye a esta pandemia.
La
crisis nos ayuda a confiar en la providencia Divina, esta confianza nos
demuestra que el ser humano no tiene control del planeta, ni de la más mínima
parte de éste y menos aún, del universo. El Ser humano es una partícula
diminuta ante los ojos de Dios.
La
crisis es una gran oportunidad para mejorar las relaciones
interpersonales con los más próximos, el confinamiento mundial de
millones y millones de personas obliga a vivir con los seres queridos a veces
en espacios reducidos y con medios escasos, pero aquí es cuando más unidos
espiritualmente debemos estar. En este encierro preeminencia el respeto, el
perdón y el amor, para poder vivir en armonía y paz.
Muchos
de los enfermos del coronavirus, que no se quejan sino que ven esta condición
como una oportunidad para acercarse a Dios, para comulgar más con Él, para
valorar a su familia y amigos, que agradecen al personal sanitario que los
cuida, y se aíslan sin considerarse víctimas es más factible que superen
la crisis del coronavirus, de curarse victoriosamente y con ello alegrar a
sus seres queridos.
Ante
el fallecimiento de un familiar o amigo debido a esta pandemia, podemos
reconocer que es una crisis difícil de superar. Aceptarla no es un
comportamiento pasivo ni indiferente. Aceptar es más que soportar, exige una
comprensión, es un bienestar para el desarrollo personal y también colectivo.
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