El celibato no debería existir, excepto para quienes en verdad tengan el
don de continencia o resistencia sexual. (1º.de Corintios 7: 9). En este caso
son aquellos seres que, en la mayor parte de sus vidas, lo han utilizado para
abandonar íntegramente la vida material, dedicándose por completo a seguir una
ideología esencial y definida, como es la de llegar a la comunión real, íntima
y máxima con Dios. En ese orden de ideas no dependen de las relaciones
sexuales, porque es algo insubstancial e indiferente para aquellas personas.
Existen varios dogmas religiosos que condicionan al celibato, es decir, votos
de castidad pactados por diversas razones de acuerdo a los principios de cada
doctrina. La gravedad de esta prohibición radica en que en la condición humana
no existe, ni en mínima medida, el don de continencia. Es lo mismo que luchar
infructuosamente en contra de la propia naturaleza.
Una de las razones del celibato, en este caso, también es para mantener
dentro de la misma comunidad católica la fortuna, los bienes de la
iglesia. Muy seguramente los votos de castidad han sido un sofisma
puritano para escapar de este objetivo principal.
Sería exactamente igual que prohibir saciar la sed y el hambre de cada organismo humano o animal. Dios no es un inquisidor o un verdugo para crear algo tan maravilloso y sublime como es la relación sexual y después de establecerla, abolirla, calificándola de pecaminosa, ignominiosa, vergonzosa o acto bajo e indigno de acuerdo a las creencias de determinado grupo religioso.
El sexo se utiliza incorrectamente cuando se ejerce tan sólo para satisfacer un
deseo, por lujuria, interés personal, profesional, ociosidad o por
circunstancias similares. Pero si realmente hay una entrega total, armoniosa,
consumada en el amor y respeto en la pareja es una “Bendición”. ¿Cómo puede ser
algo impúdico la unión más perfecta y elevada que Dios ha creado entre un
hombre y una mujer? A través de este vínculo único y divino el amor en la
pareja se fortalece, porque en el área espiritual dos almas llegan a
conformar una
sola.
El matrimonio no es aquel que se legaliza en una notaría o se celebra
ante una institución religiosa; el que se hace por conveniencia personal,
profesional o social; el que cubre un embarazo a destiempo. El verdadero
matrimonio se simboliza por medio de los atributos del amor, atributos de los
que habla el libro de 1 Corintios 13. En resumen la cita expresa lo siguiente:
“El amor es bondadoso, no es egoísta, no guarda rencor, no es jactancioso, no
es orgulloso, no somete, no impone, no esclaviza, no busca intereses, no
atesora, no encarcela, no traiciona, no envilece, comparte lo poco o lo mucho,
resiste crece y bendice las tormentas, se beneficia y se goza con las
primaveras, los veranos y toma precauciones para cuando regresen las
tempestades”. De esta manera en cada encuentro sexual el enriquecimiento y la
consolidación en la pareja se evidencian porque son una certeza testimonial.
Aunque parezca paradójico -o poco creíble- en este "auténtico
matrimonio" la presencia de Dios se manifiesta a cabalidad y, por
consiguiente, los hijos concebidos nacen entre la esencia del “Amor”.
Rita Daisy Moyano Chaves (Vanina)
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